Primeras inquietudes estéticas
El empleo del color cosmético o como elemento estético del cuerpo humano no es, como ha podido suponerse, una práctica nacida en nuestra era, es decir, en los últimos 2000 años.
Si hace 4000 años el arte iluminó las cavernas como escribe Laori-Gouman, no hay ninguna razón para que ese mismo arte “iluminara las cabezas”.
El color entra en escena solamente cuando el pensamiento del hombre primitivo fue evolucionando hasta llegar a satisfacer sus impulsos estéticos afines a ese “extraño natural” de la naturaleza que nos rodea y que deseamos imitar “el color”.
Egipto
Pionero en la fabricación de color para el cabello.
La referencia más antigua que se tiene sobre la existencia de cuidados cosméticos en el pelo nos remite a Egipto, donde se empezaron a realizar los cambios más significativos en cuanto a la cosmética capilar.
En esa nación tan grandiosa culturalmente, su pueblo, como ocurría en muchos otros, se pelaba la cabeza, aunque no así los sacerdotes y los miembros de la elite gobernante, que se dedicaba a cuidar su cabello jugando con diferentes peinados y tonalidades. Las pelucas también tuvieron su auge, y predominaban las tradicionales de pelo lacio, con flequillo, cortado muy parejo en un largo que llegaba a los hombros.
Pero otro gran aporte de los egipcios fue en cuanto a la coloración, ya que descubrieron la utilidad del henna, que les permitió obtener colores rojizos y caobas.
En un papiro de aquella época aparece una fórmula a base plomo rojo, alabastro pulverizado, cebollas y miel.
También usaban alheña (henna), que es el nombre árabe que recibe el arbusto cuyo nombre botánico es Lawsonia Inemis. Además de usarlo como un colorante capilar, también lo usaban para pintar sus manos, pies y uñas.
Los cuidados de la peluquería no eran ni mucho menos patrimonio exclusivo de la reina o de la corte, ya que existían salones que frecuentaban las clases acomodadas como lo prueba un descubrimiento arqueológico realizado en 1977 que relata: “…encontramos en una saliente de piedra sobre el templo de Tutmes una peluquería y taller de pelucas donde también se encontraron un modelo de cabeza realizado en madera y recipientes de alabastro con los productos necesarios para confeccionar pelucas y restos de cabello”.
Grecia
Lavar marcar y teñir
El maravilloso estado griego que hasta el presente nos resulta asombroso también abarcó el cuidado personal. Los griegos hicieron del culto a la belleza algo fundamental. Así cultivaban su cuerpo en búsqueda de un ideal físico y también su rostro y pelo.
Los peinados tenían muchos detalles de los que tenemos referencia gracias a las estatuas, que nos muestran mechones cortos que rodeaban la frente, o melenas largas recogidas y mucho, pero mucho, movimiento expresado a través de la ondulación del pelo
Los griegos se diferenciaron bastante de los egipcios.
Por primera vez aparecen las escuelas de peluquería. Sin embargo, eran los esclavos los encargados de mantener lo más hermosamente posible esas cabezas tan pensantes como coquetas.
Como testimonio de la importancia que los griegos daban a la cabellera, nos remitiremos al Museo del Louvre de París, donde se exhibe la cabeza del caballero Rampin en la que puede admirarse el refinamiento de su peinado a base de bucles totalmente simétricos que enmarcan toda la frente. Sin duda, el análisis de esta cabeza nos hace suponer que la peluquería, ya representaba en Grecia un trabajo muy elaborado y un comercio floreciente a cargo de auténticos especialistas de esa época que usaban unos colorantes a base de blanco de cerusa y bermellón y no podía faltar la camomila (manzanilla) que luego de varias aplicaciones repetidas daban cierto reflejo dorado a los cabellos negros o castaños. También se brindaban los servicios de manicuría, tinturas y pelucas.
Roma
La tierra de Rómulo y Remo fue heredera directa de los gustos griegos. Así fue que también adoptó el concepto de la belleza física y, por ende, la preocupación por ver como lucían sus cabellos.
Un impacto para las mujeres romanas ocurrió cuando vieron a las cautivas que trajo Julio César de las Galias, quienes lucían unos hermosos cabellos rubios a los que quisieron imitar. A partir de allí se realizaron muchas pruebas para aclarar el tono de pelo, predominando el compuesto de sebo de cabra y ceniza de haya, pese a que no resultaba demasiado saludable para el castigado cabello.
Los peinados fueron variando y esto es natural teniendo en cuenta la larga duración del imperio romano y la influencia que fue recibiendo al contacto con los diferentes pueblos que han conquistado. De todas maneras, se pueden agrupar los más habituales como el cabello rodeando la cabeza, la melena con rulos y el cabello recogido y trenzado.
Ya en esta época se practicaba la peluquería en forma permanente, surgiendo especialidades según lo que se realizara: peinado, color, postizos, etc.
Los primeros barberos: los tonsores
Formados en la Sicilia griega, fueron introducidos en Roma por Ticinio Menas, el primer representante de peluqueros, alrededor del año 350 a. C.
Por los textos literarios latinos se sabe que los barberos, llamados tonsores, en el tiempo de la república estaban asociados en corporaciones locales, como otros artesanos, para ofrecerse ayuda mutua, poder proteger de este modo los intereses del oficio y hacer frente a la competencia salvaje de los esclavos. Estas asociaciones tenían reglamentos internos y beneficios fiscales, pero se desconoce cómo funcionaba el sistema de aprendizaje entre los mismos tonsores. Sí que sabemos que los aprendices recibían el nombre de “circitores”.
Los tonsores formaban parte de la vida cotidiana de los romanos, que dedicaban especial atención al cuidado del cuerpo, a la belleza y al peinado. Como ya sucedía en el Antiguo Egipto, los barberos iban por las calles y las tabernas buscando clientes.
También tenemos constancia de la existencia de las “tonstrinae”, las tiendas donde trabajaban de una manera más fija. Cortaban el pelo, afeitaban y cortaban la barba, hacían también trabajos de manicura, pedicura y depilación. Una puesta a punto completa en manos de estos “tonsores” podía comportar largas horas para los ciudadanos romanos.
Si eran barberos hábiles podían ganar reconocimiento público, riqueza y popularidad. Entonces se les requería para el servicio exclusivo de altos dignatarios a los que asistían desde la mañana hasta la noche.
Un tal “Thalamus”, por ejemplo, fue el barbero de Nerón. Y otro fue un tal “Pantagathus” pasó a la historia por su habilidad.
También hay casos de clientes furiosos por haber sido mal afeitados y, en consecuencia, heridos.
Todavía no se habían inventado los suavizadores para navajas, ni las cremas de afeitar. Por eso los poetas latinos describen el afeitado como un proceso lento, delicado, a veces doloroso y traumático. Aun así, los “tonsores” utilizaban herramientas ya muy desarrolladas como las cuchillas o las navajas “novacula”, normalmente elaboradas en bronce. De estas cuchillas derivaron unas prototijeras llamadas forfex, que estaban formadas por dos brazos unidos por una parte curva en forma de herradura; más adelante evolucionarían hasta las tijeras contemporáneas.
También utilizaban peines (pector), espejos de bronce pulido, tenacillas de rizar (calamister), pinzas de depilar (volsella), ungüentos y perfumes.
Cuando un joven romano se afeitaba la barba por primera vez celebraban una fiesta. Era una ceremonia o rito de tránsito llamado “depositio barbae”, que se celebraba normalmente a los 21 años y en el que se depositaban pequeños mechones de cabello en un recipiente especial que se ofrendaba a los dioses, normalmente a júpiter.
En Roma también existían otras especialidades. Los empleados de las peluquerías dividían sus funciones y se especializaban según sus servicios. Ya en esa época se diferenciaban las tinturistas de las que peinaban y las que crepaban (batir cabello para usarlo de relleno) de las que permanentaban.
Cada especialidad tenía su propio nombre:
– Cosméticas: eran las encargadas del peinado.
– Cinofles: las que preparaban y aplicaban las tinturas.
– Cinerarias: eran las ayudantes que cuidaban las tenacillas y se ocupaban de calentarlas.
– Calamistas: eran las que ondulaban el cabello y colocaban crepa u otro postizo.
– Psecas: jóvenes griegas muy iniciadas en el arte de la peluquería y cuya función era la de dar los últimos toques a cada peinado.
*Peter O. G. Aravena. Buenos Aires-Junio de 2021.